Dominican Cinema

Carpinteros (Critica)

Los dramas carcelarios han sido un estándar en los medios audiovisuales anglosajones: desde series de televisión hasta innumerables películas que de una forma u otra se introducen en el sistema carcelario con el fin de enriquecer su narrativa.
La más reciente propuesta de los últimos años ha sido la producción de Netflix “Orange is the new black”, que cuenta con una buena cantidad de talento dominicano. Sin embargo, ninguno de estos retratos carcelarios se acerca a la realidad penitenciaria latinoamericana, caribeña… la nuestra.
El romance, en las cárceles latinoamericanas, fue narrado de manera extraordinaria por Esteban Ramírez en 2015 con la película costarricense “Presos” [la pueden encontrar en Netflix como “Imprisoned”], el filme de Ramírez tenía bastante claro cuál era su historia, cuál era su arco narrativo y cuál era su desenlace. La película tica también transcurre como un drama amoroso de principio a fin. El cine costarricense es un cine bastante parecido al nuestro y por eso me parece válida la mención.
“Carpinteros”, la más reciente película de José María Cabral es un retrato visual de nuestro sistema penitenciario. Un vertedero de gente, uno encima de otro, del cual todo el mundo habla pero que desconoce en su totalidad. El principal valor de esta película se encuentra aquí, en lo que el ambiente de las cárceles mismas le ofrece a la cámara, una pista de un lugar que poco ofrece para la mejoría y redención de las personas. Dentro de todo este caos, encontramos nuestro triángulo amoroso.
La película tiene bastante clara la narración vía los tres actos: inicio, desarrollo y final. En su segundo acto, se encuentra lo mejor pero también el inicio de su declive narrativo. El filme está mejor narrado cuando, a distancia, Julian [Jean Jean], Yanelly [Judith Rodríguez] y Manaury [Ramón Emilio Candelario] hablan a través de señas. Es evidente el cuidado puesto en estas escenas y de cómo, con muy poco, reflejan la necesidad de los reos y las reas de tener una especie de contacto emocional con quiénes ven a lo lejos. La película de Cabral de hecho triunfa cuando no intenta decir mucho y deja que las imágenes cuenten la historia, pero no tarda en repetirse escena tras escena y diálogo tras diálogo, similar a sus películas anteriores, y esto transcurre por unas casi dos horas que se sienten agotadoras.
El problema con “Carpinteros” es que no puede sacudirse los vicios festivaleros, esa tendencia del cine de festival que se detiene sin necesidad cada vez que puede en una toma o que promueve la explotación al máximo de lo que tiene frente a las cámaras aún cuando es una decisión incoherente/injustificada con el resto de su puesta en escena.
Mientras que la película triunfa en el “carpinteo”, y en presentar el ambiente y sus personajes en las escenas iniciales, fracasa en todo su alrededor, como si no tuviera mucho más que decir fuera de las escenas en las que Manaury, Julián y Yanelly se debaten su relación mediante señas.
Esto es una condición del cine de Cabral, mientras que en formatos de menor duración su comedia y coherencia han funcionado mejor [Un millón por Sobeida, Espejitos por Oro, su sátira con Deadpool] en largometrajes no. El mejor ejemplo ocurre en el desastroso tercer acto de esta película. En fin, cada película de Cabral pareciera tener entre veinte o treinta minutos de más.
La dirección y la edición del filme, ambas responsabilidades de Cabral, son de los percances que muestra la producción en su narrativa. En los momentos conflictivos más abrumadores existe el famoso plano contraplano que se utiliza en demás producciones domicanas influyendo negativamente en las actuaciones de los personajes. Rara vez existe un plano en donde los personajes que hablan/discuten entre sí puedan ser apreciados por la audiencia. En cuanto a la edición, parece que la producción llegó a ese proceso sin tener claro qué historia llevar a cabo y esto se refleja en la duración de algunas escenas y la inclusión de planos que más que enriquecer la historia la extienden innecesariamente como la introducción la cárcel de La Victoria, una entrada similar e igual de extensa que la escena de inicio.

Esto es una especie de vicio que ocurre ocasionalmente cuando quien dirige también edita y tiende a no querer dejar nada de lo filmado fuera del corte final.
Lo que, al igual que con la película “Presos”, si existe en “Carpinteros” es esa mezcla decente entre actores y no actores. Existe, brevemente, esa ruptura encantadora entre la realidad y la ficción. Las interpretaciones de Keunis Álvarez y Fernando Jesús Mejía [miembros reales del cuerpo de seguridad penitenciaría] brindan, con sus deficiencias, interpretaciones más orgánicas que las que vemos por su mayoría de los protagonistas de la historia. Jean Jean tiene mucha presencia como Julián Sosa, pero para el final de la película termina siendo muy unidimensional. La Yanelly de Judith Rodríguez mientras carpintea es de lo mejor que tiene el filme pero las tablas le son palpables en las escenas más emotivas, existe incluso una escena junto a Carlota Carretero que refleja una incomodidad en las actuaciones que aleja a uno de la historia.
Y luego está Manaury. El personaje de Ramón Emilio Candelario tenía toda la posibilidad de ser el pilar de la historia y una de las interpretaciones más representativas de nuestro cine si fuese manejado con mesura. Pero lo reiterativo de sus diálogos y la amplia exposición a la que es sometido pasa rápidamente del encanto al cansancio.
Al final “Carpinteros” debe ser analizada dentro de dos contextos.:

Primero: destacando la importancia de lo que muestra como retrato de las cárceles. Uno como persona puede hacerse una idea, vaga, de lo que es la vida en las prisiones locales pero aquí podemos percibir la realidad de eso: cómo conviven y son dueños de sus propias políticas los reos de Najayo y La Victoria.

Segundo: como película de ficción, en donde las escenas de lenguaje de señas es donde triunfa y donde cobra brevemente sentido el triángulo amoroso presentado por Cabral. También sobre esa narrativa que crece y luego se pierde por lo reiterativo de una historia que no supo cómo desarrollarse y terminar.

En fin era más interesante lo que contaban las prisiones como lugar, y como el pudo filmar allí, que la historia de amor que se intentaba contar.
 
Escrito por Orlando Santos, Fuente: CineDominicano

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